lunes, 28 de abril de 2008

Recuerdos de Granada


El otro lado del mundo se hacía tan inalcanzable que se me aparecía como la imagen intermitente de esos sueños en los que, a pesar del esfuerzo por llegar a su final, corremos siempre en el mismo lugar.
Los sentidos me dictan frases maravillosas que mi mano no logra descifrar y apenas garabatea estas letras en papel.
Esta noche mis pies tocaron la arena del Mediterráneo, se embebieron en su espuma salada y se enredaron en una madeja de algas traviesas que escapaban de la marea. El mar me habla en una caricia fresca, y aquí estoy, bajo este cielo de junio grabando la huella de mis pasos en la playa.
Al llegar, una luna gigante me guiñó un ojo en la carretera de Madrid, mientras abría la puerta de todos mis sueños, y pintaba de mil colores el cielo, recortando las figuras caprichosas de las sierras.
Siento que la piel se me eriza y un escalofrío me invade por completo. Mil lágrimas contenidas pugnan por escapar y humedecen mis ojos… es que a veces la vida golpea tan duro que uno aprende refugiarse tan profundamente dentro de si mismo para evitar un nuevo dolor, que de tanta soledad, se olvida de la belleza de las cosas simples, de la aventura de vivir a corazón abierto para que el sol de cada amanecer y las estrellas de cada noche iluminen con rayos de oro y plata, los miedos escondidos bajo la piel.
Esta vez me animo a soñar, me atrevo a recorrer mi sueño. Me arriesgo a imaginar a los personajes que llenaron toda mi vida, envueltos en la penumbra silenciosa de las calles de Granada, jugando a las escondidas entre los muros forjados y los jardines verdes de la fortaleza, como una guía incólume, infinita, sin tiempo ni espacio real que la contenga.
Dejo caer mis párpados para que el silencio de la noche me regale sus imágenes. El sonido tintineante y claro del agua que corre bajo mis pies y por sobre mi cabeza, me envuelve en una paz que nunca conocí. Como si fuera la sombra de mi misma, como si me hubiera esperado siempre a que pudiese sentirla.
Me dejo llevar por los fantasmas que cabalgan en lo alto y desde allí vigilan que la historia no se olvide. En un solo parpadeo, un morisco de ojos profundos alza su caballo ante mí y me tiende la mano. En mi sueño, comienzo la recorrida por esta ciudad que guarda celosamente secretos encantados y que esta noche descubriré, abrazada a un fantasma. Observo su figura recortada en la oscuridad y pienso si tal vez no sea el mismo jinete que dictó en noches insomnes las historias fantásticas de Irving en sus Cuentos de la Alhambra.
Entre una luz que se enciende y otra que se apaga, casi puedo comprender la tristeza infinita de Manuel de Falla, impregnada en una música tan bella como melancólica, creada en su exilio en Argentina. Mezclado entre las flores rojas que cuelgan de los balcones, adivino el brillo de los ojos de Federico García Lorca, encantando la pluma con sus versos gitanos, cargados de una inagotable pasión por la vida y de exaltación por la libertad. Esa misma y terca pasión que regó el suelo granadino con la sangre de un hombre que vivió la vida que le robaron y murió para convertirse en un poema eterno.
Así es Granada, tierra escarpada de imágenes, de luchas y de amores furtivos. Y en medio de todo, testigo del honor y de la traición, de la destrucción y de la ilusión, la fortaleza permanece siempre allí, protegida por un mismo Dios con diferentes nombres. Erigida como un gigante que nos recuerda a cada instante quiénes somos.
La Alhambra desató todos mis recuerdos dormidos, todos los paisajes que cargaron en la memoria mis orígenes españoles e intuyo, quizá porque siento la sangre hervir en mis venas, que algún moro de ojos negros, parecido al fantasma que hoy me acompaña, dejó correr su pasión generaciones atrás e inmortalizó su sello en mí.
Las callecitas angostas que se pierden entre perfumes a tabaco y aceite me devuelven la imagen espejada de una mujer que busca sus raíces. Una mujer que confió sus sueños al mar y en cada resaca los libera, y los convierte en realidad. Una mujer que al fin entiende que el pasado es una película en blanco y negro que queda grabada en un rincón de la memoria genética, disparada para proyectarse a todo color en un instante que perdura y en el deseo de seguir buscando la felicidad.
Se que soy esa mujer que hoy descubre quién es y ahora entiendo por qué la sal del Mediterráneo hace estallar mis sensaciones. Bendita sea esta tierra impregnada de historias de abuelos cargadas de añoranzas y de olores a malvones e incienso. Bendita sea por esperar a que pudiera correr en busca de mis sueños y por guardarlos celosamente para mí.
Gracias por sacudir mi melancolía, por acelerar mis latidos, por aguardarme, y por darme la bienvenida. Gracias a los fantasmas de otros siglos, a los jinetes de sangre caliente, a los palacios de príncipes traicionados, a la magia de los nenúfares que danzan en el agua y a la gitana que puso en mi mano una ramita de romero con aroma a ilusión.


Julio de 2006 – Santomera - España

jueves, 24 de abril de 2008

La ternura del okelele


Israel Kamakawiwo‘ole (se pronuncia: ka ma ka vi vo olai) fue un popular cantante hawaiano hasta que murió a los 38 años, en 1997, víctima de problemas respiratorios y cardíacos producto de su extrema obesidad.

Conocido como Iz, se dio a conocer fuera de Hawai cuando su disco Facing Future salió a la venta en 1993 incluyendo su potpourri que fusiona los antiguos clásicos "Somewhere Over the Rainbow / What a Wonderful World".

La combinación de estas maravillosas canciones ha sido parte del arreglo musical de varias películas, entre las que se cuentan: Descubriendo a Forrester, ¿Conoces a Joe Black?, 50 primeras citas, así como capítulos de la serie de televisión ER.

Realmente, este hawaiano me ha provocado una particular e intensa dulzura que espero ustedes también reciban al conocerlo. Yo he pasado toda la semana escuchando atentamente cada canción de este disco y les aseguro que ya está en un rincón de mis elegidos. Sencillamente maravilloso.


lunes, 21 de abril de 2008

Dolor


Lejano como el cielo
inmenso como mi soledad.
Oscuro y silencioso.
Opaco y maldito.
Desesperante como la ira
cautivante como el amor.
Agudo e incierto.
Imponente y profundo.
Espacio de solitarios
que me adormece.
Campo sin pájaros.
Tierra infértil.
Lejano como el cielo.
Inalcanzable.
Inmenso como mi soledad.
Calcinante.
Oscuro y silencioso
como mi miedo.
Indiferente.
Dolor que te me has impuesto.
Quisiera escapar de ti
pero no puedo.


jueves, 17 de abril de 2008