lunes, 27 de octubre de 2008

Don Lucero



Arriba el cielo, abajo la tierra, y en medio los ojos de don Lucero. Así lo encontramos. Apoyado en su herramienta mientras veía como pasaba nuestro auto a pocos metros de su casa.
Quizá fue su mirada, que se veía mucho más profundamente que sus ojos, lo que hizo que decidiéramos parar.
Accedió a las fotos con la misma inocencia que un chico, casi como parte de un juego. A un costado de la casa, un sulky descansaba de años de trajines por caminos de polvaredas húmedas y vientos fríos. Un par de gallinas, dos o tres lechones, verduras en la quinta, prolija, impecable, casi de catálogo.
Don Lucero nos dá la mano. Manos ásperas de pelearle a la tierra, al agua salada y a las heladas de julio. Se sienta bajo la planta y nos permite inmortalizarlo. Ahora ya es un prócer, de esos que hay tantos, perdidos en estos pueblitos de apenas veintitantos habitantes, para quienes el futuro es despertar cada madrugada, cuando canta el gallo.

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