viernes, 14 de marzo de 2008

La luna y el mar


El cielo estaba inmóvil. El horizonte, apenas una línea que separaba el cielo de la soledad. La playa lloraba. Las infinitas cuentas de arena rodaban hacia ningún lado.
No había reflejo de luna porque el mar no existía. Un espacio profundo y oscuro se precipitaba hacia el final de la playa.
Dijo un poeta que la soledad es una amante inoportuna, una compañía solitaria, un camino circular que vuelve a empañar la mirada una y otra vez.
Un día, cuando la luna sentía que ya no podría brillar nunca más, una brisa de mar refrescó sus bordes. Nunca había sentido esa sensación. Apenas un instante que dejó la playa con espuma salada.
Sin embargo, la luna pensó que esa sensación había sido parte de un sueño y cerró los ojos, apagó la última luz que quedaba y secó sus lágrimas.
Cuando el sol empujaba, hacia el amanecer, la luna volvió a sentir esa brisa en la nariz. Y no era una ilusión. La brisa empezaba a despejar la niebla. El mar estaba, lejano, casi inalcanzable, pero estaba. El mar existía. Y el viento le traía en ráfagas, el aroma a sal.
El mar existía… no era una ilusión. El mar está, aunque todavía la luna no pueda apoyar sus bordes en el agua, el mar se acerca a la playa, que espera, como ha pasado toda la vida, espera la felicidad….

2 comentarios:

Jose Luis Ganchegui dijo...

te acordás...
El mar estaba inmóvil. En la oscuridad de la noche, se mantenía calmo, sin oleaje, sin ilusiones. El cielo como un espacio profundo y oscuro se tragaba toda la luz de las estrellas, todos los pensamientos puros, todas las pasiones.
Dijo un poeta que la felicidad es una mariposa que, si la persigues, siempre está justo más allá de tu alcance; sin embargo, si te sentaras en silencio, podría posarse sobre ti. Entonces quizás solo había que esperar, y esperó. Hasta que una noche tan oscura como cualquiera apareció la luna como si nada, como si siempre hubiera estado ahí espiando, disfrazada de infinito, llorando y riendo, como una criatura sin tiempo, Por un momento, iluminó cada gota del mar, le dio valor, le devolvió el deseo de salir de su insondable profundidad y agitarse en olas, y romperse en mil pedazos que se dispersan y vuelven incansables a resucitarse en las mareas. Y el mar comprendió que la luna existe.
La luna está, aunque parezca inalcanzable, aunque parezca intermitente, está, tan lejos y tan cerca, que cuando anochece siente que la puede sujetar por la cintura al borde de su horizonte. Aunque solo sea para impulsarla a que se eleve y llene de luz la oscuridad de sus noches…

El mar

Intramuros de Coronel Vallejos dijo...

Jamas lo olvidaria...