lunes, 25 de febrero de 2008

Cada noche en el cielo


Me costó soltar tu mano. Sabía que era la última vez que podía aferrarme a vos. Ríos de sal cayeron al suelo después de darte la espalda. La calle se abrió delante de mí como si hacia atrás, todo se hubiera convertido en un gran hoyo, un cráter enorme que te hizo desaparecer de mi vida.
Como un símbolo de nuestra fuerza y también de nuestra fragilidad, dejaste alrededor de mi cuello el recuerdo de tus años cerca de mí. Cierro los ojos y aspiro profundamente para guardarme todo tu olor, que aún permanece en el aire.
Ya no voy a poder volver a esperarte. Ya no. No más excursiones al centro de tu piel, no más miradas a tus ojos almendrados, siempre fijos, brillantes, increíblemente intensos. No más preludios en el borde de tus labios que me enseñaron a besarte.
Fuiste la tentación que desató miles de susurros y sueños empapados de ganas. Acompañaste mis manos hasta cada rincón y manejaste mi cuerpo como un explorador. Aprendí de cero. Sin saber nada. Sin imaginar siquiera cómo encontrarte. Me dejé llevar por la penumbra y por tu voz suave que dirigía todas mis inseguridades.
No soporto la necesidad de volver sobre mis pasos. Aunque más no sea dar media vuelta para ver tu figura desdibujándose en el cruce de la ruta, que se me antoja aún más allá del horizonte.
No te vayas… Por qué no podés escucharme?... Llevame con vos. No me dejes sola. Hay tantas cosas que nunca te dije… Nunca te conté del temblor de mi corazón mientras aguardaba en el banco de la estación a que por fin salieras. Jamás supiste de mis llantos escondidos debajo de la almohada cada vez que no llegabas. Ni siquiera podés imaginar el dolor de cada palabra que salía de mi boca el día que tuve que explicarte por qué parte de tu sangre estaba derramada en la espuma del Atlántico. Hubiera querido abrazarte más fuerte. Decirte algo importante. Llorar con vos. Pero no pude. Me limité a permanecer parada a tu lado, en medio de la plaza, ahogando tu propio dolor enmarcado en un silencio más profundo que la eternidad.
Estás desapareciendo…

Escucha el viento cada mañana, porque entre silbidos te va a contar cómo van a ser mis días sin vos. Trepate a las ramas del árbol que crece frente a tu ventana y mirame desde allí. Aférrate a mi recuerdo cada vez que te haga falta, así… de la misma forma en que me enredo en tu corbata repleta de horas nuestras.
Ya no te veo. Y se que cada vez que te piense voy a arrepentirme de no correr detrás tuyo hoy. Pero tengo tanto miedo… Nunca voy a saber si algún día me amaste. Y nunca tuve el valor de preguntártelo. Como nunca tuve el valor de decírtelo.
No me dejes olvidarte. No me obligues a olvidarte. No quiero olvidarte. Quiero que seas parte de mis sueños cada noche de cada instante de mi vida. Quiero que seas parte de mi universo, del pedacito de felicidad que me toque.
Estás en mí como la piedrita del cuento de Cortázar, en el rinconcito mas tibio de mi misma, protegido por la luna que me recordará secretamente, cada madrugada, antes de abandonar el cielo, tu última mirada y tu último silencio.

No hay comentarios: