lunes, 25 de febrero de 2008

Entre arenas perdidas

La luna, que todo lo mira, entró una noche por la ventana, cruzó el vidrio y se enamoró de él. Lo descubrió mientras dormía. Esa noche dejó su amor colgado en la ventana entreabierta, en tanto el ruido del tráfico de la madrugada lo inundaba todo.
Él apenas sintió un tímido escalofrío. Un suspiro que nunca le salió del todo, que le hizo girar el cuerpo y tras lo cual continuó distraídamente su sueño. La luna nunca había sentido tan frescos sus bordes. Era como una bruja que lo mecía y lo dormía, cantando en su oído antiguos conjuros de amor. Lo acarició con un murmullo platinado, y le hizo un arroyo de luna nueva.
En la sombra de la noche cómplice, bebió embriagada zurcidos de luz de cielo, adormecida, encantada, conmovida. Y cerró los ojos, en un espacio breve, con aroma a jazmines de verano.

Al despuntar el sol, ya no hubo necesidad de palabras. La luna empezó a desaparecer, despacio, calladamente, entendiendo que la eternidad no dura más que unas horas de oscuridad. Y se alejó, poco a poco, perdiéndose entre las nubes, atravesando el cielo.

Nada era verdad. Sus pupilas de fuego se lo dijeron. Ahora él es solo sombra, no es ni playa, ni mar. La sal que quedó entre las piedras que metió en el bolsillo de plata, se escurrió puñado a puñado y no le dejó nada. Está tan alta la luna… tan intocable, tan infinita, tan mujer. Está tan fuerte la luna… tan entera, tan brillante, tan mujer.

Y él, que va y viene de la playa, arrastrando arenas perdidas a su paso, mintiendo entre oros y espumas blancas sus bordes desparejos, él sabe bien que ella nunca más perderá su brillante luz nocturna. Y aún en esos días de forma nueva, y durante un eclipse, escondida detrás del sol, ella siempre será la luna. Aunque no se vea, aunque ya no esté, aunque la haya ahogado en su remolino de aguas turbulentas. La luna empieza otra vez el ciclo. Otra vez desde el principio. Ninguna tormenta puede con ella. Comienza a conciliar el sueño, recostándose en las sombras para alumbrar nuevos senderos de corazones muertos que lloran olvido, aún sin saberlo.

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