jueves, 21 de febrero de 2008

Volar




Volar…
Reconocer esa sensación otra vez. Como cuando era chica y tenía la certeza de que podía volar. Si corría rápido, al llegar a la esquina de la casa del abuelo, levantaba los brazos, los batía acompasadamente al costado del cuerpo y giraba en un planeo suave cerca de los álamos.
Mis pies se despegaban del suelo y por unos instantes gloriosos, me suspendía en el aire. Era un secreto. Pero yo volaba…
Hoy quisiera volar. Volver a separar los pies del suelo. Alejarme milímetro a milímetro de la realidad que me observa por debajo de mí. Conseguir altura. Flotar. Chocar contra el viento y sentir la humedad del aire en la piel. Absorber libertad. Dejar caer los viejos retazos de olvidos y desprender de las nubes recortes espejados de ilusiones renacidas.
Esperar a que salga la luna trepada a un acantilado, y ver cómo despierta la mañana, rompiéndose en espumas bajo mis pies helados.
Volar espacios en segundos y sentir el frío atravesar mis huesos hasta adormecerlos. Bajar en calma, planeando sobre amarillos y verdes, lentamente… hasta que el calor del verano sofoque mi piel.
Planear un aterrizaje hasta caer rendida entre las flores del ceibo y mientras las ramas me hacen cosquillas en los ojos, calcar los brillos del sol salpicando las hojas.
Extender mis alas y oír la proximidad de la lluvia. Acurrucarme en un hueco de la noche y escuchar las gotas de agua golpear contra el cristal de la ventana.
Bajar los ojos y descubrir la forma de tu espacio dibujarse sobre las sábanas, en un abrazo de cristales con mi soledad.
Y volar. Otra vez volar.
Y llegar a la fuente. A mi avatar infinito de huidas violentas y regresos tímidos, de esperanzas escondidas y fracasos insistentes. Desandar oscuridad. Recoger mi piedrita perdida y volver a tierra, con las manos celestes de tanto tocar el cielo.
Hoy quiero volar. O llorar. O volver a empezar.

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